En plena era tecnológica, las pantallas se están convirtiendo en las mejores amigas de niños y niñas de edades muy tempranas, siendo los pasatiempos al aire libre los grandes olvidados. Y es que la naturaleza es una cuenta pendiente en las nuevas generaciones, los parques y las áreas recreativas ya no son lo que eran.
Este cambio ha perjudicado principalmente a su cuerpo y mente. ¿Cuál es el motivo? Que no solo importa lo que aprendes, sino cómo lo aprendes.
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En lo que a niños y naturaleza se refiere, crecer en contacto con la naturaleza multiplica las capacidades de cualquier niño, ya que entra en contacto con una serie de elementos externos que no tiene ninguna de las simulaciones digitales.
Son muchas las teorías que relacionan el movimiento con un aumento de la capacidad de aprendizaje del cerebro, lo que quiere decir que, si los niños saltan, corren o juegan en un entorno natural y con contacto con tierra, arena o hierba, mejorarán sus destrezas, sus acciones motoras y la concentración.
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Otro elemento clave es la falta de orden que impera en los espacios naturales, es decir, piedras, ramas, hojas, animales o insectos conviven desperdigados en una extraña armonía que despierta el interés de los más pequeños al salirse del equilibrio que suele reinar en los hogares. Sus mentes se fortalecen.
En la variedad está el gusto y en este caso, nunca mejor dicho. Y es que los espacios al aire libre ponen en alerta la capacidad de observación y exploración de los más pequeños, haciendo germinar en su cerebro decenas de preguntas sobre el entorno que les rodea. Se despierta su interés y receptividad a la vez que estimulan los sentidos.
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Aunque no solo la mente de los niños saca provecho de mantener una relación estrecha con la naturaleza, su forma física también lo agradece. Y es que la agilidad se consigue en la calle y no en el sofá.
Es fácil que un niño se sienta atraído por la naturaleza, ya que no necesita grandes lecciones de aprendizaje para sumergirse en ella. El espacio natural invita a los más pequeños a una experimentación continua que no deja tiempo para el aburrimiento. Serán sus experiencias personales las que les harán entender cómo funciona.
Eso sí, es necesario sembrar en ellos la curiosidad de descubrir los entornos al aire libre. Basta con llevarlos a Parques Naturales, recoger conchas en la playa, enseñarles a observar aves o visitar granjas. En definitiva, hacerles una invitación directa a ponerse en contacto con la naturaleza, creando hábito de aire libre y no de sofá.
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La infancia es curiosidad, creatividad y diversión con cosas sencillas y, por ello, la naturaleza es capaz de dejar en ellos una huella imborrable. Un gran filón que dio pie, en 2017, a la creación del Comité de Salud Medioambiental, que busca acercar los hábitos saludables a los más jóvenes, aliándose con las actividades al aire libre.
Toda iniciativa es poca. Si concretamos en beneficios lo que la naturaleza supone para la salud física de los niños, podemos hablar de prevención de la obesidad, reducción de los niveles de estrés, mejora en el desarrollo de la psicomotricidad o reducción del riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
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La inteligencia emocional también se hermana con la naturaleza, pues el contacto con los pasatiempos que ofrecen los espacios al aire libre desata serotonina, la famosa hormona de la felicidad, fomentando una infancia más plena. Además, se propician las relaciones sociales y la concienciación sobre la importancia del medioambiente. El desarrollo personal es clave.
En definitiva, queda claro que crecer en contacto con la naturaleza tiene más beneficios de los que pensamos. Las habilidades que se consiguen en ella fortalecen la salud física y mental de los más pequeños y favorecen su desarrollo.