Durante los últimos años estamos siendo testigos de una revolución en cuanto al liderazgo femenino. Se buscan referentes en el ámbito profesional, en el deportivo, en el político, en el cultural, al fin y al cabo, en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Buscamos líderes femeninos que hayan roto barreras, que hayan superado los más increíbles obstáculos para posicionarse en todos y cada uno de los sectores de nuestra sociedad.
Pero el liderazgo femenino lo tenemos mucho más cerca de lo que pensamos, todas y cada una de nosotras somos líderes, lo llevamos en nuestro ADN, nos lo han transmitido nuestras madres, nuestras abuelas, nuestras hermanas y todas esas mujeres con las que nos hemos topado a lo largo de nuestras vidas, pero que no tienen ese “glamour” porque son personas anónimas, a las que debemos darle visibilidad, aunque sea en nuestro entorno más próximo.
[Foto de Andrea Piacquadio en Pexels]
Mi madre, mujer incansable, y uno de los mayores referentes de mi vida. Una mujer que dejó una vida relativamente cómoda por amor. Se marchó a vivir a una finca dónde mi padre era el agricultor, el pastor, el vaquero, el cosechador, en definitiva, el hombre para todo. Vivía en una casa sin ninguna comodidad, lavaba en el río y allí nacimos mi hermana y yo, de esa etapa no recuerdo nada malo ni nada bueno.
Salimos de allí rumbo a Salamanca. Mi padre, que había sacado el carnet de conducir camiones, gracias al obligatorio servicio militar, encontró trabajo como camionero. Sus viajes eran largos, rutas internacionales, pasaban muchas semanas e incluso meses. En aquellos tiempos no era fácil comunicarse y mi madre tuvo que encargarse de toda la logística en el nuevo destino.
Ella era lo que ahora definimos como una mujer con responsabilidad social, que cuidaba la economía circular y sostenible, que aprovechaba las oportunidades. Mi madre era en una maga de la reconversión de la ropa, los uniformes del colegio perduraban en el tiempo, nunca se tiró un resto de comida, ella se encarga de reconvertirla en otro manjar, se levantaba a las 5 de la mañana para tener todo listo, sacaba tiempo para ir al mercado a diario, para ayudarnos a mi hermana y a mí con los deberes, para pasar tiempo con mis abuelas, para encargarse de cada detalle y todo con un silencio mágico, sin una queja.
La vida de mi padre era dura, yo creo que para él mucho más que para nosotras por las soledades que pasaba subido en su camión. Mi madre, que nunca dejaba de maquinar, tuvo una idea brillante, en lugar de trabajar para otros, podrían alquilar una nave y almacenar allí los materiales de construcción que mi padre transportaba. Fueron años complicados, mi madre, una vez más aprovechó la oportunidad, aprendió a manejar la carretilla elevadora, a llevar las cuentas de la empresa, a leer aquellos discos de tacógrafo que bien podrían ser discos cifrados con mensajes del más allá, incluso a escribir a máquina para profesionalizar un poco la aventura, pero sobre todo se encargó de generar confianza entre los clientes, de generar credibilidad, de negociar acuerdos de distribución en exclusiva, y de crear una empresa desde la nada que les permitió, nos permitió, tener nuevas oportunidades. En mi caso poder estudiar y vivir en Estados Unidos donde desarrollé mis primeros años profesionales.
Durante los comienzos de mi etapa profesional, no he sido consciente de necesitar referentes femeninos, los tenía cerca y me parecía que todo el mundo tenía a alguien de este calibre en su vida.
En estos últimos años me he dado cuenta de que muchas mujeres están buscando estos referentes fuera de su entorno. Como he dicho en un principio, mi reflexión es que todas tenemos capacidad de liderar, con actos simples y naturales que aunque puedan llegar a pasar desapercibidos por la rutina en la que estamos embebidas, otros percibirán como algo extraordinario.
Si eres mujer y estás leyendo este artículo, mira en tu interior y saca a tu líder, ¡el mundo te está buscando y te está esperando, no te ocultes, todas somos líderes!