Son constantes los mensajes que recibimos las mujeres para las revisiones concernientes al cuidado de nuestros pechos: mamografías periódicas, revisiones ginecológica, ecografías…son una obligación para todas y cada una de nosotras. Sin embargo, hay muchas otras señales a las que no prestamos atención, pero ¿por qué?, quizá porque la información mediática sobre todo se ha centrado en este tipo de cáncer al ser una enfermedad mayoritariamente femenina.
Hace ahora dos años, una mañana durante un puente festivo, empecé a encontrarme mal. Sentía mareos, palpitaciones, una sensación angustiosa. Aunque, llevaba muchos meses en los que no dormía bien, me despertaba con sudoración, con palpitaciones, no veía bien la pantalla del ordenador y apenas descansaba un par de horas cada día, siempre encontraba la excusa en el estrés o en la menopausia o en la presbicia, ¡una ha alcanzado esa edad! Mis obligaciones, responsabilidades, intensidad de trabajo, me hicieron poner estas señales en un segundo plano. Esa mañana todos los síntomas se agudizaron, mi corazón se desbocó. Esta vez no podía eludir las señales.
Al llegar a urgencias, y tras hacerme un electrocardiograma, el médico me indicó que estaba en “fibrilación auricular”, que me debía trasladar al Hospital de Salamanca para hacer unas pruebas. Mi corazón oscilaba entre las 30 y las 200 pulsaciones. Mi malestar seguía, pero al menos ahora tenía un diagnóstico. Durante el traslado en la ambulancia intenté mover mi mano para pedirle un pañuelo al sanitario que me acompañaba y en ese momento entré en pánico, ¡no podía mover mi lado izquierdo! y al intentar hablar no conseguía articular palabra alguna, solo salía de mi una especie de gruñido. En ese momento las sirenas se encendieron, noté el incremento de velocidad de la ambulancia y oí a lo lejos “código ictus”.
A partir de ese momento, tengo recuerdos muy difusos, quizá el más nítido son los ojos de la doctora de urgencias, unos ojos azules y grandes que me miraban fijamente y me decían que estuviera tranquila, que todo saldría bien. Recuerdo entrar en una máquina y luego en otras muchas, tener miles de cables conectados, ver pasar mascarillas, oír conversaciones extrañas.
Entre todo este jaleo, mi máxima preocupación, además de poder comunicarme con mi familia, era decirle a mi jefa que dudaba que a los pocos días pudiera dar una charla en el congreso de ciberseguridad que se celebraba en León. No dejé de insistir, casi poseída, hasta que me dieron un teléfono.
Estando sumida en todo este caos, entró una enfermera en el box de urgencias para confirmarme que había sufrido un ictus y que me iban a trasladar a la unidad especializada. Me asusté mucho, me viene abajo, por experiencias cercanas sabía lo que esto podía significar.
Cuando por fin pude ver a mi familia, habían pasado ya más de 6 horas, seguía asustada, por su cara se deducía que ellos aún más, las secuelas que deja un ictus pueden ser devastadoras para el paciente y para su entorno.
Después de comprobar que podía mover mi lado izquierdo, llegó el momento de probar si podía tragar, y finalmente ponerme en pie, y aunque con mucha dificultad pude hacer todo esto, la buena noticia era que aparentemente había superado lo peor.
Al pasar a planta, me encontré en una habitación a estrenar, la unidad de ictus del nuevo Hospital Clínico de Salamanca tan sólo se había inaugurado unos días antes. Las camas tenían acceso a una televisión individual, internet y otros servicios que tuve que configurar, pero, sin nada que hacer, aquello fue lo mejor que me había pasado en las últimas 24 horas.
En aquel momento, estábamos ante un nuevo brote de COVID por lo que no tenía permitido salir de la habitación. El personal de enfermería, viendo la habilidad que había tenido para configurar los servicios que ofrecía el hospital, me propusieron ayudar a otros pacientes de ese ala que no sabían cómo hacerlo, ellas estaban desbordadas, con esta excusa pude moverme libremente por todas las habitaciones de mis compañeros de desgracias, y en ese momento, choqué con una realidad invisible hasta ahora, el 80% de las habitaciones las ocupaban mujeres, y de ellas cerca de la mitad eran mujeres menores de 50 años.
Al volver a la soledad de mi habitación, me lancé a investigar un poco más sobre los ictus. Lo que acaba de vivir paseando por la planta no podía dejar a nadie indiferente.
Según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), entre 100.000 y 120.000 personas en España sufren un ictus cada año, el 50% queda con secuelas graves y una de cada seis muere. Es la primera causa de muerte en mujeres y la segunda en hombres, y es también la primera causa de discapacidad en adultos de ambos sexos.
Por eso es fundamental que aprendamos a leer las señales de nuestro cuerpo, que no prioricemos nuestras obligaciones familiares o laborales frente a nuestro cuidado, que seamos capaces de tomarnos un respiro, de parar nuestra actividad y de cuidarnos.
Yo he sido afortunada, pero muchas otras se quedan en el camino.
¡Escucha a tu cuerpo y reacciona!